DÍA 31: desde Laukvik (Noruega) a Bodø (Noruega)

571 kilómetros VER RUTA

En el momento que he puesto la ruta de aquel día en Google Maps, me he quedado de piedra al comprobar que me calcula más de once horas de viaje. Cierto es que con aquellos días interminables, el tiempo se estiraba de una manera sorprendente.

Cuando nos levantamos, la niebla y la lluvia nos estaban esperando y nos acompañaron durante buena parte del día. Pusimos rumbo hacia el sur de las islas Lofoten con la esperanza de que las nubes desaparecieran por el camino, pero aquel día no íbamos a tener mucha suerte. Aún así los paisajes eran impresionantes y mientras conducíamos, no podía dejar de mirar hacia los lados para contemplar todo lo que nos rodeaba: playas de arena blanca, aguas cristalinas, grandes cordilleras pintadas de un musgo verde brillante y una carretera llena de recovecos y puentes retorcidos.

A pesar de no poderlas contemplar en todo sus esplendor, las islas Lofoten han sido, sin duda, uno de los lugares que más nos ha impresionado de todo el viaje.

De vez en cuando encontrábamos en la carretera algún pueblo de pescadores sacado literalmente de un cuento, con sus casas de madera de colores reflejándose en el agua y sus pequeños barcos enganchados en los muelles.









REINE
El más famoso de todos es Reine, casi en el extremo sur de la isla, desde donde puedes sacar una auténtica foto de postal, que es la imagen más reconocida de todas las islas Lofoten.

Seguimos nuestro camino hasta el fin, literalmente, porque cuando llegas a la aldea de Å, la carretera se transforma en un aparcamiento y no te queda más remedio que aparcar o dar la vuelta. Optamos por lo primero y estuvimos estirando las piernas, mientras intentábamos buscar una habitación para esa noche.

Todo estaba completo y una camarera nos advirtió que por aquella zona era casi imposible que encontráramos nada.

Buscamos en internet y lo poco disponible que quedaba, tenía unos precios prohibitivos incluso para la ya de por sí cara economía noruega. Los únicos hoteles que nos podíamos permitir estaban en el continente y pensamos en tomar el ferry de Moskenes a Bodø, pero cuando llegamos nos encontramos con un sinfín de vehículos esperando el último ferry del día. Como habíamos aprendido la lección nos fijamos en las marcas que había pintadas en el suelo del muelle y comprendimos que no íbamos a entrar todos en el barco.

ISLAS LOFOTEN
Nuestra última opción era el ferry que salía a las nueve de la tarde (entonces eran aproximadamente las seis) desde Svolvær así que hacia allí nos dirigimos volviendo por donde habíamos venido. No todo fue mala suerte, ya que el sol apareció tímidamente entre la nubes y aunque no por completo, sí pudimos imaginar lo que sería contemplar aquel lugar un día despejado.

CARRETERA ISLAS LOFOTEN
Llegamos al muelle de embarque lo más rápido que la carretera y las caravanas nos permitieron, pero para entonces ya había una cola considerable y a pesar de que algunos samaritanos nos tranquilizaron diciendo que entraríamos en el barco sin problemas, con nuestra experiencia anterior los nervios no nos abandonaron hasta que dejamos el coche bien aparcado en el interior del ferry.

VISTA DESDE EL FERRY
Las nubes también deslucieron nuestra despedida de las islas Lofoten, pero lo que se podía intuir tras ellas bien merece una visita en el futuro.

Antes de llegar al destino paramos en la pequeña isla de Skrova y a lo lejos, en la penumbra de un anochecer infinito, ya pudimos distinguir el continente.

SKROVA


Cuando desembarcamos era casi medianoche y por primera vez en muchos días, la oscuridad era casi completa, por lo que Manuel aprovechó para quedarse plácidamente dormido.

Fuimos recortando tiempo al GPS por carreteras semidesiertas adelantando únicamente a algún camionero despistado; pero cuando apenas nos quedaba una hora para llegar a Bodø, nos encontramos con un túnel cerrado por obras.

Un operario nos informó en inglés de que terminarían en una media hora, nos temimos lo peor, pero Noruega no es España y justo cuando se cumplían los treinta minutos, nos dio vía libre para continuar la marcha.

Era completamente de día cuando entrábamos en la ciudad; rayaban casi las tres de la mañana y nos sorprendió encontrarnos con los últimos jóvenes que estiraban la noche del sábado. Nuestras jornadas kilométricas por las carreteras noruegas, aunque apasionantes, resultaban agotadoras y nos prometimos que a partir del día siguiente nos lo tomaríamos con más calma.