245 Kilómetros -VER RUTA
Ya en la calle y con el sol que nos había faltado los últimos días, dimos un pequeño paseo por el centro de Bodø. Nos pareció una ciudad viva, moderna, con terrazas atestadas de jóvenes y preciosos murales dibujados en algunos edificios.
Nos habría encantado conocerla en profundidad, pero llevábamos varios días arrastrando a Manuel con nuestros gustos, así que era hora de buscar un lugar para que disfrutara él.
Localizamos una playa unos kilómetros al norte y nos dirigimos hacia allí conduciendo por una estrecha carretera que bordeaba la costa.
Se accedía a la arena y al mar por el mismo camino que se entraba a un camping, por lo que no nos quedó muy claro si era un recinto privado (no lo preguntamos por si acaso).
Sacamos los juguetes de playa, extendimos nuestra manta para excursiones campestres y mientras Manuel hacía castillos y fosos, nosotros nos sentamos a contemplar el Mar de Noruega.
No era un día caluroso y a excepción de algún corredor que pasaba de vez en cuando, teníamos la playa para nosotros solos. Incluso metimos los pies en el agua para comprobar que no estaba más fría que en el Cantábrico y estuvimos observando la enorme cantidad de pequeños moluscos que la marea baja había dejado a la vista enganchados a las rocas. De menú tuvimos ese día una estupenda ensalada que habíamos preparado en un supermercado y unos sándwiches de nuestro descubrimiento culinario del viaje: Kaviar. Es una pasta típica de los países escandinavos hecha de huevas de bacalao, suele venir envasada en tubo y tiene un delicioso sabor salado.(ver)
El viaje transcurrió sin más sobresaltos que los habituales túneles sin iluminar de las carreteras noruegas, hasta que sin querer nos topamos con el Polarsirkelsenteret, monumento de marca línea imaginaria del círculo polar ártico y que como en Finlandia, también habían aprovechado para instalar un pequeño centro comercial con cafetería y tiendas de souvenirs.
Como Manuel estaba dormido y hacía un tiempo terrible, hice una visita rápida al lugar, saqué alguna fotografía y continuamos hacia nuestro destino.
Aunque nos habíamos acostado más allá de la tres de la madrugada, nos obligamos a madrugar para no perdernos el desayuno que iba incluido en la habitación. Con los precios desorbitados del país, no podíamos desaprovechar la posibilidad de comer auténtico salmón en el norte de Noruega.
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Bodø |
Nos habría encantado conocerla en profundidad, pero llevábamos varios días arrastrando a Manuel con nuestros gustos, así que era hora de buscar un lugar para que disfrutara él.
Localizamos una playa unos kilómetros al norte y nos dirigimos hacia allí conduciendo por una estrecha carretera que bordeaba la costa.
Se accedía a la arena y al mar por el mismo camino que se entraba a un camping, por lo que no nos quedó muy claro si era un recinto privado (no lo preguntamos por si acaso).
Sacamos los juguetes de playa, extendimos nuestra manta para excursiones campestres y mientras Manuel hacía castillos y fosos, nosotros nos sentamos a contemplar el Mar de Noruega.
No era un día caluroso y a excepción de algún corredor que pasaba de vez en cuando, teníamos la playa para nosotros solos. Incluso metimos los pies en el agua para comprobar que no estaba más fría que en el Cantábrico y estuvimos observando la enorme cantidad de pequeños moluscos que la marea baja había dejado a la vista enganchados a las rocas. De menú tuvimos ese día una estupenda ensalada que habíamos preparado en un supermercado y unos sándwiches de nuestro descubrimiento culinario del viaje: Kaviar. Es una pasta típica de los países escandinavos hecha de huevas de bacalao, suele venir envasada en tubo y tiene un delicioso sabor salado.(ver)
Aprovechamos que caían unas gotas, para convencer a Manuel de que teníamos que marcharnos para ponernos en marcha hacia el sur, pero al contrario de lo que esperábamos el clima empeoró repentinamente y la lluvia, el frío y la niebla nos acompañaron todo el camino; fue una pena, porque gran parte del trayecto bordeaba el parque nacional de Saltfjellet –Svartisen, donde se encuentran las montañas más altas del país, pero apenas pudimos llegar a ver nada.
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Polarsirkelsenteret |
Como Manuel estaba dormido y hacía un tiempo terrible, hice una visita rápida al lugar, saqué alguna fotografía y continuamos hacia nuestro destino.
Habíamos alquilado, otra vez por Airbnb (ver), un apartamento en las afueras de la ciudad de Mo i Rana, y de nuevo fue todo un acierto.
Nos instalamos rápidamente y aprovechando que teníamos una pequeña cocina, fuimos a un supermercado a comprar la cena. Ese día no dimos para más, entre el cansancio, el frío, la lluvia y que nuestra anfitriona le había dejado a Manuel un montón de juguetes, decidimos tomarnos un respiro.
Nos instalamos rápidamente y aprovechando que teníamos una pequeña cocina, fuimos a un supermercado a comprar la cena. Ese día no dimos para más, entre el cansancio, el frío, la lluvia y que nuestra anfitriona le había dejado a Manuel un montón de juguetes, decidimos tomarnos un respiro.