Día 36: Desde Lunde Turiststasjon (Noruega) a Bergen (Noruega)

487 kilómetros VER RUTA


LUNDE NORWAY
El día amaneció con una espesa capa de nubes grises tapando las montañas y con un clima casi invernal. La dueña del hotel nos comentó que podíamos hacer uso de una cocina que había en una cabaña exterior, así que aprovechamos para desayunar algo caliente. 

La cabaña era como las típicas de la zona, de madera roja y con el tejado de hierba; según nos explicaron, antiguamente las construían así porque aguantaban mejor la humedad. Hace unos años hubo un movimiento para recuperar las raíces históricas y se popularizó volver a construir cabañas a la vieja usanza.

Mientras tomábamos un café, estuvimos charlando con dos parejas de españoles que también estaban alojados allí e iban a pasar unos días recorriendo los fiordos. Como íbamos en sentido contrario, nos repartimos unos consejos para el camino y nos pusimos en marcha.

Si algo caracterizó aquel día fue el agua; agua de lluvia, de cascadas, de arroyos, de torrentes y obviamente, el agua esmeralda de los fiordos. Y con tanta agua, el verde era el color predominante miraras donde miraras. (ver video)

borgund
Nuestra primera visita programada fue la iglesia de Borgund, una de las pocas iglesias medievales de madera que aún perviven en el país y según leímos la mejor conservada. Es una visita pintoresca, nosotros no pagamos la entrada para ver su interior porque con Manuel iba a ser imposible verlo tranquilos, pero el exterior nos pareció precioso.

Parecía que el sol se hacía un hueco en el cielo y para nuestra siguiente aventura era más que recomendable circular con buen tiempo. 

Cerca de donde estábamos, en el pueblo de Lærdal, está el túnel de carretera más largo del mundo que lleva hasta la famosa localidad de Flam, nada menos que 24 kilómetros de túnel continuado bajo la montaña. Aunque tiene que ser una experiencia fantástica, nosotros preferimos tomar dirección a la Aurlandsvegen, o Carretera de las Nieves como se conoce en español, que hace el mismo trayecto que el túnel, pero por el exterior, ascendiendo a la cumbre de la montaña.

La aventura no es apta para gente con mareos o vértigo ya que la carretera nunca deja de tirar hacia arriba y hay zonas que es tan estrecha que apenas cabe un vehículo. A medida que íbamos subiendo, la vegetación comenzó a desaparecer y en la cima, a 1200 msm, todo era una tundra de musgo, roca y nieve. 

A pesar de ser 1 de agosto, aún se conservaban amplías zonas de nieve junto a la carretera y para Manuel fue la mejor de las sorpresas ya que hacía mucho tiempo que no podía jugar con ella. 

Lo pasamos genial y el lugar, con pequeñas cascadas cayendo sobre los lagos, era totalmente idílico. Además teníamos algunos ratos de sol que ciertamente se agradecían porque, aunque el termómetro marcaba 8 grados, la sensación térmica con el aire era de mucho menos.




El descenso lo hicimos despacio, detrás de un precioso Citroen Tiburón. A pesar de ser pleno verano, durante toda la ruta no encontramos grandes grupos de turistas, pero a nosotros nos pareció una aventura imprescindible, cuestión de gustos.

Todo cambió cuando llegamos al mirador de Stegastein. Decenas de asiáticos se agolpaban en la plataforma del mirador para sacarse fotografías en todas las posiciones posibles. Tuvimos que esperar media hora hasta que el conductor de su autobús se cansó y comenzó a llamarles a gritos. Entonces, por fin pudimos acercarnos y contemplar en todo su esplendor el Aurlandsfjorden, una estampa maravillosa e inolvidable, de esas que puedes quedar contemplando durante horas.



Pero Manuel tenía hambre y nuestras reservas de comida del coche se habían agotado. Bajamos por la estrecha carretera que te lleva hasta el centro de Aurland y en un supermercado compramos todo lo necesario para hacer una de nuestras comidas al aire libre. En este y en otros muchos supermercados noruegos, es habitual que pongan en sus cercanías, bancos y mesas de madera para que la gente pueda sentarse a comer allí. Imagino que serán conscientes de lo prohibitivos que son en su país los restaurantes.

Nuestro siguiente destino era quizá el pueblo más famoso de todo el país, Flam. Es una pequeña aldea construida en el final del fiordo de Aurland y es mundialmente conocida, entre otros motivos, por su tren. Y podemos dar fe de su popularidad, porque sin llegar siquiera a bajarnos del coche, vimos a cientos de personas que se agolpaban en el andén, esperando para poder entrar en un vagón.

Undedral
Nos dios pereza la masificación de gente sólo de verla y tras confirmar que el ferry que partía desde Flam ya no admitía vehículos, nos dimos media vuelta y seguimos la carretera hasta al cercano y tranquilo pueblo de Undedral, situado también a los pies del mismo fiordo. 

Con Manuel dormido, aprovechamos para tomar un café sentados en la orilla y revisar las fotografías que habíamos hecho ese día.

Cuando comenzó a llover, decidimos dar por concluidas las visitas y dirigirnos a la ciudad de Bergen para buscar un hotel cerca de allí. 

La lluvia fue ganando intensidad y por las montañas que bordeaban la carretera aparecieron infinidad de pequeñas cascadas y saltos de agua; incluso las paredes de los túneles sudaban el agua por las grietas de las rocas.

Tras mirar todas las ofertas de alojamiento, elegimos el Thon Airport Hotel Bergen, que sorprendentemente, costaba más barato en su pagina web que en cualquier buscador de hoteles. Aunque estaba situado en las afueras de la ciudad, nos convenció su piscina climatizada gratuita porque le debíamos a Manuel una recompensa por el largo viaje. 

Lo pasamos genial los tres chapoteando al calorcito, mientras veíamos la lluvia chocar contra los cristales. Acabamos tan relajados con el baño que ya no salimos a cenar, comimos unos sándwiches en la habitación y nos fuimos a dormir.