EPÍLOGO


        Hace más de un año que regresamos de nuestra aventura, pero escribiendo este blog hemos vuelto a sentir las emociones que nos invadieron aquellos días.

NUESTRA AVENTURA
Fueron 16.000 kilómetros en los que atravesamos quince países, dos mares, varias islas e innumerables lugares para el recuerdo.

Sin duda, contemplar el sol de medianoche desde el Nordkapp fue uno de los más emocionantes, pero tampoco podremos olvidar el día que atravesamos el corazón de los alpes suizos, la maravillosa Tallin, la llegada en ferry a Helsinki o los días que pasamos en la cabaña finlandesa.

Realmente los 48 días fueron especiales y este blog nos ayudará a mantenerlo fresco en la memoria.

SOL DE MEDIANOCHE
Aunque para gran parte de nuestros familiares y amigos realizar un viaje de estas características con un niño de tres años era un poco locura, lo cierto es que no tuvimos grandes problemas con Manuel, más allá de los momentos malos que suele tener un niño de esa edad.

Cierto es que Manuel ya estaba acostumbrado a rutas en coche desde muy pequeño: cuando tenía un año hicimos una ruta por Irlanda, con dos años recorrimos parte de Francia hasta el Mont Saint-Michel y con tres recién cumplidos cruzamos Portugal de norte a sur llegando hasta Gibraltar. De muchos lugares no guarda ningún recuerdo, pero nosotros sí que nos acordamos de él en aquellos viajes. Para perder el miedo a viajar con niños primero hay que perder el miedo a viajar.

SALZBURGO
Siempre hemos tenido suerte con el coche durante nuestros viajes. Tenemos un Hyundai i30 y aunque a veces hemos ido algo apretados con todas las maletas, no hemos tenido más problemas que una luz de cruce fundida; fue en República Checa y para evitar contratiempos buscamos una casa oficial de Hyundai en Praga y fuimos a cambiarla. 

VARSOVIA
En cuanto al combustible, intentábamos no repostar en autovías ni autopistas ya que las gasolineras son bastante más caras. También tuvimos en cuenta la diferencia de precio entre unos países y otros para intentar llenar el depósito en los más baratos. Noruega y Suiza tienen un nivel de vida muy alto y eso se nota en el elevado precio de todo, por el contrario Lituania y Letonia son países muy asequibles para el bolsillo español.

ISLAS LOFOTEN
Para los viajeros en coche es importante destacar que para circular por las vías rápidas y autopistas de varios países europeos es obligatorio comprar la viñeta: una pegatina que se coloca en la luna delantera y que en cada país tiene un coste y una validez determinada. Se compran en las gasolineras y el no llevarla puede ocasionar grandes multas. Nosotros la compramos en Suiza, en Austria y en República Checa, pero en Europa hay más países donde es obligatoria. Antes de empezar un viaje en coche es imprescindible revisar las normas de circulación de los países que vas a visitar.

PLAYA DANESA
Con el idioma tampoco tuvimos grandes problemas, en la mayoría de los países que visitamos manejan el inglés como segunda lengua y con nuestro nivel medio nos entendimos bien.

El hecho de tener roaming gratuito también ayuda bastante, pero hay que tener cuidado porque muchas compañías solo lo ofrecen gratis dentro de la Unión Europea y países como Suiza y Noruega quedan fuera.

Fuimos reservando los hoteles y alojamientos sobre la marcha, casi siempre por internet. Solo tuvimos problemas para encontrar algún sitio económico en los Alpes suizos y en las islas Lofoten, en el resto siempre encontramos alguna oferta de última hora que lanzan las plataformas como Booking o Airbnb. Para ser sinceros, en un viaje como el nuestro recomendaríamos utilizar esta última ya que al ser alquiler entre particulares tienes que interactuar directamente con el casero y puedes conocer un poco más el país. La mayoría de los sitios donde nos alojamos nos gustaron, pero hay algunos que lo hicieron especialmente (pulsa en los nombres si quieres visitar la página web de cada alojamiento):


Una típica casa Suiza de madera construida en la ladera de una montaña y con unas vistas impresionantes a los Alpes y al Valle de Sion. Alucinante. Esta rodeada de un pequeño jardín con juguetes, tobogán, arenero... Un paraíso para grandes y pequeños.


Pasamos dos días fantásticos en esta preciosa cabaña. Situada a los pies de un lago, sin vecinos, con embarcadero y barca propia, fue una gran experiencia familiar. Destacar las facilidades que nos dio el dueño: bicicletas, cañas de pescar y la estupenda sauna de leña que nos hizo sentir como unos auténticos finlandeses.




El Skaidi Hotel está situado al norte de Noruega, en un cruce de caminos entre Alta y el Nordkapp, donde los renos son los verdaderos dueños de las carreteras. Es un lugar perfecto para hacer un alto en el camino, disfrutar de su piscina climatizada y las tartas y el café de cortesía que ofrecen por la tarde. El desayuno también fue magnífico y nos dio la oportunidad de comer por primera vez salmón noruego en Noruega. 





Llegamos a la casa de Britta tras pasar un intenso día en Legoland Billund, sede de la empresa juguetera. Desde el principio, Britta y su familia nos hicieron sentir bienvenidos; la casa nos encantó: es una construcción independiente justo enfrente de su casa, en mitad de un campo de cereal que nos recordó a Castilla. Estuvimos tan a gusto allí que a la mañana siguiente le pedimos a Britta quedarnos un día más para poder conocer la zona.

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No nos gusta ser duros en nuestras críticas hacia los establecimientos donde nos alojamos, pero hay algunos lugares que al menos no merecen nuestra recomendación:


Sin duda, el peor lugar de todo el viaje. Cerraba la recepción a las ocho y media, llegamos a las ocho y cuarto y nos encontramos la puerta cerrada. Llamamos al propietario y le dio igual, nos dijo que se había ido y no volvía. Eso sí, la habitación la había cobrado y no hubo manera de que nos devolviese el dinero. Una estafa.


Situado en Interlaken, con unas vistas impresionantes de los alpes suizos, este hotel tiene todas la características para ser increíble: es un edificio señorial del siglo XIX con grandes jardines y una fantástica piscina. Pero cuando llegas a la habitación se te caen las lágrimas; moho en las paredes, mobiliario destrozado, los cristales de las ventanas rotos y todo repleto de suciedad y mal olor. 


Cuando llegamos al Nordkapp, no nos dimos cuenta de que era sábado y cuando fuimos a reservar habitación, todos los hoteles de la zona estaban ocupados, así que tuvimos que reservar este a una hora de allí. Las habitaciones son bungalows desvencijados, con grietas en las paredes y un olor a pescado podrido nauseabundo. Cuenta también con un restaurante, que tenían cerrado por no haber pasado la revisión de sanidad. No creo que haga falta más comentarios.

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HINTERSTEINERSEE
A lo largo de nuestra ruta hemos disfrutando de ríos, lagos, mares y océanos: empezamos el primer día con un baño en el río Anduña, en el norte de Navarra, pasamos por Mediterráneo Francés y seguimos el curso del río Ródano desde Avignon hasta su nacimiento en el glaciar que lleva su nombre. 

Probamos las frías aguas del Hintersteinersee, un lago de los Alpes austriacos y también las de la represa de Brno en República Checa. Navegamos en hidropedal por el Rospuda, al norte de Polonia y nos bañamos en el mar Báltico, en las playas letonas de Jürmala, antes de atravesarlo en ferry camino de Helsinki. 

OCÉANO POLAR ÁRTICO (Noruega)
En Puumala vivimos aventuras en nuestra barquita y más al norte nos atrevimos a bañarnos en el Océano Polar Ártico. En Noruega atravesamos decenas de fiordos, e incluso recorrimos gran parte del Geirangerfjord en un pequeño ferry atestado de coches. 

Manuel metió solo los pies en el mar de Noruega porque el tiempo no permitía un chapuzón y tras atravesar el estrecho de Skagerrak aparcamos nuestro coche dentro de una playa de Dinamarca a orillas del Mar del Norte. Ya casi al final de nuestro viaje cruzamos los puentes levadizos de Holanda y el último día nos dimos un respiro en una playa francesa bañada por el Atlántico.

Y hasta aquí podemos contar, ahora que cada uno elija su viaje y su aventura. Nosotros pronto iremos añadiendo nuevos viajes, pasados y futuros.
Salud y buenos viajes. 




Día 48 (último día): Desde TOULOUSSE (Francia) a PALENCIA (España)

675 kilómetros. VER RUTA.


La mañana amaneció espectacular y decidimos que pasaríamos el último día en la playa, algo asi como la última fiesta del verano. Teníamos prisa por llegar así que tomamos la autopista en dirección a España y después hacia el norte hasta que llegamos a la playa de Ondres, al sur de la región de las Landas.

Pasamos el día jugando con las olas y con la arena, recordando batallitas del viaje y bebiendo las últimas cervezas. Se nos mezclaba la pena del fin con la alegría de volver a casa y ver a la familia y nuestro querido Rocco. 

Habían sido 48 días maravillosos, intensos; habíamos llegado más lejos de lo que pensábamos y habíamos contemplado lugares que ni habíamos soñado visitar. Tantas cosas que nos propusimos acabar el blog poco a poco, aunque nos costase un año o dos y así tenerlo para siempre como un recuerdo escrito.

Teníamos aún muchas horas de carretera por delante, así que cuando convencimos a Manuel de que había irse, pusimos casa en el GPS y ya no hicimos ninguna parada hasta que llegamos. 


Era de noche y la ciudad estaba semidesierta. Entramos en casa despacio, como con miedo a encontrarnos otro lugar, pero todo estaba tal cual lo habíamos dejado. 

En el momento en que la puerta se cerró tras nosotros, ya sabíamos que aunque este viaje se había terminado, nos iba a acompañar para toda la vida. 

Día 47: Desde SARLANDE (Francia) a TOULOUSE (Francia)

270 Kilómetros. VER RUTA.

El objetivo del día era visitar algunos de los pueblos más bonitos de la zona de Dordogne Perigueux mientras proseguíamos nuestro viaje hacia el sur. Conocíamos algunos lugares de aventuras anteriores, pero es una zona repleta de encantos.

La primera parada fue el castillo de Hauterfort que se yergue imponente sobre una colina desde donde domina todo el valle. Sabíamos que en su interior guarda unos jardines magníficos, pero no teníamos tiempo, así que simplemente los visitamos por sus muros exteriores y continuamos la marcha.

Cuando conduces por aquella zona tienes que ir con los ojos bien abiertos porque cada poco tiempo aparece entre la espesura un castillo, un palacio o un pueblecito encaramado a unas rocas.

Una horda de turistas andando por la carretera nos anunciaron que habíamos llegado a Beynat-et-Cazenac, uno de los lugares más famosos de la región. No es buena idea visitar esta zona en pleno verano, son pueblos pequeños de calles estrechas y con muy pocos aparcamientos.

Nosotros tuvimos que desistir tras varios intentos y Noe se bajó del coche a hacer alguna foto mientras Manuel y yo esperábamos en doble fila.

Justo nada más salir del pueblo, encontramos un restaurante con unas vistas increíbles del castillo y nos quitamos la decepción con una maravillosa comida. Porque además de ser famosa por sus pueblos, la zona es un auténtico paraíso gastronómico.

Reemprendimos la marcha hacia La Roque-Gageac situado a pocos kilómetros de allí, pero si por la mañana nos pareció que había muchos turistas, por la tarde parecía un parque temático. Además cientos de piragüistas se amontonaban en el río y no pudimos siquiera llegar a pararnos.

Kilómetros más adelante, encontramos un parking con plazas, pero con el calor que hacía y la gente que lo inundaba todo, no nos pareció buena idea despertar a Manuel de la siesta. Tenemos pendiente hacer un viaje a conocer en profundidad toda la región porque lo poco que hemos podido ver, nos ha encantado.

Supongo que todos aquellos turistas tenían hotel para aquella noche, pero nosotros no y nos fue imposible encontrar una habitación a un precio razonable por allí, así que optamos por tomar la autopista y dirigirnos a Toulouse.

Antes de ir al hotel paramos en la playa del Lac Rameé, que tiene una playa pública, (de pago), donde Manuel se lo paso en grande. Apenas había pasado un mes desde el terrible atentado de Niza y nos encontramos con unas medidas de seguridad increíbles para ser una zona de baño, pero Francia estaba en estado de alarma y eso se notaba en casi todos los lugares.

Llegamos al hotel, situado al norte junto al aeropuerto y rápidamente bajamos a probar la piscina antes de que nos la cerraran.

Después tocó conocer un poco la ciudad y aunque no la teníamos como parada fija en nuestros planes, nos encantó, sobre todo a Noe que no paró de hacer fotografías ni mientras cenábamos en su magnífica plaza del capitolio. Estuvimos paseando por sus calles durante un buen rato, no en vano era la última noche de la aventura.

Día 46: Desde CHARTRES (Francia) a SARLANDE (Francia)

392 Kilómetros. VER RUTA

Como la noche anterior trasnochamos con la emoción de la Chartres en Lumières, nos costó levantarnos más de lo habitual y hasta pasadas las once de la mañana no salimos del hotel.

En anteriores viajes por Francia nos habíamos quedado con las ganas de visitar el interior de alguna de sus fascinantes catedrales góticas y estando en Chartres, no podíamos perder la oportunidad de contemplar sus famosas vidrieras.

La visita fue rápida, pero muy gratificante y encima gratis, lo que en nuestro caso, con un niño de tres años que nunca sabes cuánto tiempo va a aguantar las actividades culturales, es muy importante. 

Las vidrieras son realmente espectaculares, estuvimos fotografiando y admirando sus infinitos detalles sin prisas, degustando la tranquilidad que se respiraba en el templo.

Cuando nos decidimos a volver al coche y ponernos en ruta ya íbamos con mucho retraso sobre nuestro plan, así que el resto del día nos tocaría mucha carretera y pocas paradas.

Pusimos rumbo al sur y bordeamos Orleans, que ya conocíamos de nuestro anterior viaje a los castillos del Loira. Cuando llegó la hora de comer, paramos en el Château La Ferte Saint-Aubin, un castillo poco conocido de la zona. Había que pagar y como íbamos ya sin tiempo, dimos un paseo por los alrededores y proseguimos el camino.

Era un día caluroso y Manuel se había portado estupendamente los días anteriores, por lo que decidimos premiarle con un día de playa. En la zona de la Dordogna hay multitud de piscinas naturales y playas fluviales perfectamente equipadas, así que no fue complicado encontrar una en nuestra ruta. 

Tal y como anunciaban en internet el lugar contaba con baños, parque infantil, chiringuito y arena fina formando una playa en la orilla del río.
Pasamos el resto de la tarde refrescándonos y jugando a hacer castillos de arena como el resto de familias que llenaban el recinto.

Llegamos a la casa rural que habíamos reservado un poco antes de que anocheciera; las carreteras habían ido empeorando progresivamente y para llegar hasta allí, íbamos rezando para no encontrarnos con ningún vehículo de frente ya que la calzada-camino tenía el ancho justo para un coche. 

La casa estaba situada en una pequeña aldea rodeada de campos agrícolas y funcionaba además como bar de los lugareños. Nos ofrecieron la posibilidad de cenar en la preciosa terraza que tenían en la parte trasera y nos pareció una idea estupenda. Mientras nos servían, el atardecer nos dejó una estampa preciosa; hasta en los lugares más recónditos y olvidados, la belleza puede sorprenderte.


Manuel encontró un compañero de juegos en el hijo de los dueños y disfrutamos de una sobremesa larga y un poco melancólica: el viaje se acababa.

Día 45: Desde BRUJAS (Bélgica) a CHARTRES (Francia)



Al abrir las cortinas de la habitación y ver que caía el diluvio universal sobre las calles de Brujas, decidimos que había que hacer carretera hacia el sur, ya que íbamos con mucho retraso sobre lo previsto. Hacía ya días que nos habíamos pasado de nuestros cálculos y alguna vez había que volver...



Tomamos la autopista en dirección a París y lo único destacable de toda la mañana fue la fuerte presencia militar en la frontera, con controles cada pocos kilómetros.



Estuvimos sopesando la posibilidad de parar en la capital Francesa, pero nuestro tiempo era ya tan ajustado que desechamos la idea ya que París bien vale una visita a parte. Paramos a comer en un centro comercial en las afueras, concretamente en Saint Denis. Por lo que pudimos ver, la zona está poblada en su mayoría por inmigrantes y se palpaba la marginalidad, sobre todo en los edificios cercanos, algunos completamente en ruinas.



El centro comercial estaba en alerta como todo el país y para entrar tuvimos que pasar el mismo control de seguridad que en un aeropuerto, y, aunque entiendes que es por la seguridad de todos, termina dando mal rollo. No nos hizo sentir muy cómodos tampoco el hecho de ser los únicos de piel blanca en todo el restaurante y encima hablando español, lo que nos hacía un tanto exóticos y las miradas de curiosidad eran muy evidentes.



No teníamos muy claro dónde dirigirnos así que al final nos decidimos por el palacio de Versailles

La verdad es que nos encantó y el hecho de que justo ese día fuese gratuito nos vino de perlas. Después de toda la mañana metidos en el coche, fue un gusto pasear por los fastuosos jardines y contemplar las maravillosas fuentes del palacio. 

En el lago central, una gran cascada artificial lanzaba el agua desde gran altura y provocaba un estruendo tal, que Manuel no se atrevió a pasar cerca de ella. 

No pudimos visitar el interior porque era tarde, pero estamos seguros de que algún día volveremos a completar la visita.



Para dormir elegimos la ciudad de Chartres, ya que en anteriores viajes a Francia nos habían quedado ganas de ver su catedral; podemos asegurar que fue una de las grandes decisiones del viaje

El lugar es impresionante desde antes de llegar: a medida que avanzas por la carretera, lo único que divisas es la imponente silueta de la catedral como si estuviese ella sola en mitad del campo. 

Ya cuando estás más cerca ves los edificios construidos a los pies de la una especie de colina donde está erigida la catedral. Pero esa ilusión óptica pasa totalmente desapercibida cuando caminas por las calles de la ciudad. 


Dejamos las maletas en el hotel y salimos a buscar un lugar para cenar, pero antes, una persona en recepción nos insistió en que no nos perdiéramos la Chartres en lumière, que según leímos en internet, era un espectáculo de luz proyectado sobre los edificios más emblemáticos de la ciudad. Tampoco lo dimos más importancia, hasta que cenando en una terraza junto a la catedral, los muros se empezaron a teñir de colores y nos quedamos boquiabiertos. 



Es difícil describir con palabras la sensación de pasear por las diferentes zonas de la ciudad contemplando el espectáculo, pero basta decir, que sólo poder vivirlo, bien vale un viaje hasta Chartres.

Nos fuimos a dormir, entre el agotamiento y la emoción, pensando que a veces las decisiones más casuales te llevan a sitios que ni imaginas.

Día 44: Desde AMBERES (Bélgica) a BRUJAS (Bélgica)

109 km VER RUTA

Bélgica nos encantó e imaginamos que le pasará lo mismo a la mayoría de la gente que la visita. La escasa distancia que hay entre sus ciudades permite desplazarte en coche de una a otra sin apenas perder tiempo en el viaje.

Aquella mañana salimos de Amberes hacia Gante temprano y, cuando llegamos, la ciudad comenzaba a desperezarse. Encontramos un hueco para aparcar junto a la zona histórica y comenzamos la visita. 

La fama de Gante es bien merecida, mires hacia donde mires siempre hay un lugar que fotografiar, un edificio increíble o una de sus torres asomando hacia el infinito.



Una de las cosas que hemos aprendido en este viaje, es que con niños las visitas a ciudades pueden convertirse en un suplicio para ellos. Por eso, hay que buscar actividades alternativas que les sorprendan y les saquen de la monotonía del "me aburro". 

En Gante, hay unas estupendas excursiones en barca por los canales; la que contratamos nosotros no nos pareció cara para el lugar y la fecha en la que estábamos. Así, nosotros pudimos conocer la historia de los edificios que nos rodeaban escuchando al guía, mientras Manuel disfrutaba de la aventura al máximo.




Cuando volvimos al embarcadero nuestros estómagos nos señalaron una bonita terraza en la Korenmarkt: una gran plaza a esas horas ya repleta de vida. 

Como manda la tradición, nos pedimos una buenas cervezas belgas y unos mejillones con patatas fritas que nos parecieron realmente un manjar.

Apenas tuvimos tiempo para más, volvimos a recorrer las calles del casco histórico en dirección al coche y pusimos rumbo a nuestro siguiente destino, Brujas.



Llegamos a primera hora de la tarde y con la ayuda del dueño del hotel, que nos prestó un disco que regulaba el tiempo y la zona donde poder aparcar, nos instalamos rápidamente.  

El día no era caluroso, pero lucía un agradable sol que nos acompañó mientras paseábamos por los canales hasta la maravillosa Grote Markt, la plaza principal de Brujas. 

A pesar de que nos habían hablado de lo bonita que era, nos quedamos asombrados con su belleza y, como nosotros, la marabunta de turistas que se agolpaban con sus cámaras para intentar fotografiar la gran torre de la catedral. 

Estuvimos tomando algo en una terraza y callejeamos por todo el centro histórico siguiendo la senda de los canales, pero Manuel ya estaba bastante cansado y tuvimos que bajar el ritmo para no agotarle.


Cuando se hizo de noche, la luz tenue de las farolas envolvió toda la ciudad haciendo que las calles y canales nos parecieran aún más bellos.

Llegamos al hotel exhaustos, pero con una colección de imágenes, tanto en la cámara como en la retina, que jamás olvidaremos.


Día 43: Desde MIJDRECHT (Holanda) a AMBERES (Bélgica)


274 kilómetros VER RUTA

Esa mañana madrugamos más de lo habitual porque habíamos planeado una ambiciosa ruta con muchas paradas en el camino.


La primera de todas, el pequeño pueblo de Zaanse Schans, al que llegamos en media hora rodeando Amsterdam. 

El lugar es una encantadora aldea compuesta de casas de madera de color verde conectadas por infinidad de senderos y pequeños puentes sobre los canales; pero si por algo es famosa, es por sus impresionantes molinos de viento. A pesar de ser un lugar muy turístico, a nosotros nos pareció una visita obligada y disfrutamos mucho paseando por sus calles.

Ya de vuelta, volvimos a pasar cerca de Amsterdam y pensamos en parar, pero íbamos mal de tiempo y preferimos dejarla para una futura visita que verla mal y con prisas.

Nuestro siguiente destino fue el Castillo de Haar, cerca de Utrech. No recordamos el precio de la entrada, seguro que era caro, pero realmente merece la pena; puedes pasear por sus jardines y hacer un pícnic o, como nosotros, simplemente admirar su belleza desde varios puntos de vista y lanzar fotografías sin parar.

De todos los castillos o palacios que hemos visto, (y ya son unos cuantos), quizá este y el de Chambord en el Loira francés sean, para nosotros, los más fotogénicos.

Comimos unos sándwiches en una terraza junto al foso y tras volver a admirar ensimismados sus pulcros muros de ladrillo nos despedimos del lugar henchidos de belleza.

A pocos kilómetros de allí, justo al pie de la carretera, encontramos una curiosa granja con una especie de cafetería  donde los dueños vendían directamente los productos que  producían. Compramos unas deliciosas fresas y unos cafés y nos sentamos en la terraza a degustarlos.

El tiempo se nos echaba encima y aún nos quedaban muchas cosas que hacer: la siguiente, conocer Gouda, la ciudad de donde proviene el archiconocido queso naranja. Y esa medalla la llevan con orgullo: toda la calle principal está decorada con réplicas de quesos a modo de banderines y muchas de las tiendas se dedican a vender quesos de diferentes sabores y medidas.

Nos hubiese gustado conocer un poco más la ciudad, pero Manuel entró en modo cansancio extremo y sus llantos nos obligaron a volver al coche.

Obviamente, se durmió en cuanto arrancamos el coche, pero el miedo a que se volviera a despertar al cambiarle a la silla nos hizo desechar la idea de reanudar la visita. Aunque Manuel no suele alterar nuestros planes en los viajes, no deja de ser un niño y a veces sus necesidades no casan bien con nuestros deseos...

Durmió plácidamente hasta que le despertamos al llegar a la siguiente parada: Los Molinos de Kinderdijk. 

Para nosotros fue lo menos destacable del día, quizá fue porque ya estábamos cansados, pero a pesar de ser unos molinos preciosos, la caminata bajo el sol y el difícil acceso a unas vistas decentes de los molinos nos bajaron un poco el ánimo.

Nada que no pudiesen arreglar un buenas cervezas belgas pensamos, así que pusimos rumbo a Amberes, donde llegamos a mitad de tarde. El hotel, Century Hotel Antwerpen Centrum, aunque tenía unas habitaciones minúsculas, estaba bien, situado justo al lado de la estación de tren y cerca del centro de la ciudad.

Amberes nos pareció un lugar precioso, con mucha menos fama que Brujas o Gante, pero para nuestro gusto, al menos igual de recomendable. Visitamos su centro histórico rápidamente mientras anochecía y tuvimos la suerte de escuchar cómo tocaban algunas canciones de Disney con las campanas de la catedral, un espectáculo increíble. (Pincha aquí para ver el video)



Cuando se hizo de noche e iluminaron las fachadas de la Grote Markt y de la inmensa torre de la catedral, la estampa nos pareció aún más bonita.

De vuelta al hotel, entramos en el impresionante edificio de la estación y recorrimos con parsimonia sus pasillos de techos inalcanzables más propios de un museo que de una estación de tren.



Mientras caminábamos, fuimos comentando el intenso día vivido y a la vez, planificando ya el día siguiente.

Día 42: Desde BREMEN (Alemania) a MIJDRECHT (Países Bajos)

402 kilómetros. VER RUTA.

Despertamos temprano aquella mañana y, tras un buen desayuno en el hotel, pusimos rumbo hacia Holanda. Era una mañana soleada de domingo que invitaba más a callejear que al coche, así que pronto nos decidimos a parar a conocer la ciudad de Oldemburgo

Como siempre, la nuestra fue una visita rápida, pero aún así nos dio tiempo a admirar y fotografiar su casco antiguo y la catedral. 

También aprovechamos el buen tiempo para sentamos a tomar nuestras últimas cervezas de trigo alemanas en la terraza del Bar Celona, una gran cafetería con una cocina obviamente mediterránea.




Proseguimos nuestro camino hacia el oeste hasta localidad de Leer y el cercano castillo de Evenburg

Tomamos un café y estiramos las piernas dando un paseo por los alrededores mientras Manuel jugaba en un parque infantil que había junto al castillo. El lugar aunque agradable y tranquilo no nos pareció muy destacable.

El tiempo se nos echaba encima así que decidimos ir directos hasta Utrech que sería nuestra última visita del día. Cuando planificamos la ruta, no teníamos claro qué ciudad visitar en Países Bajos; desechamos Amsterdam por ser demasiado grande y por la falta de tiempo. Teníamos varias opciones y aunque nos decidimos por Utrech por cercanía, creemos que fue una buena opción para conocer un poco su cultura. 

Al entrar en la ciudad aparcamos en cuanto pudimos ya que habíamos leído lo complicado que es circular en coche en las ciudades holandesas. 

El paseo hasta el centro duró no más de quince minutos, pero nos puso un poco de los nervios controlar a Manuel entre tanta bicicleta. 

A mitad de camino nos encontramos con una de las cosas que más nos sorprendió de todo el viaje: en mitad de un plaza vimos una especie de contenedor de plástico amarillo, similar a los de la recogida de vidrio pero con una abertura en cada uno de los cuatro lados. No hubiésemos reparado más en él, si no llega a ser porque un hombre se acercó a el y bajándose la bragueta lo dio uso... Quizá sea una cosa común en muchos lugares, pero nosotros jamás habíamos visto unos baños así, al aire libre y en mitad de una plaza.


Olvidando la anécdota, Utrech nos encantó. Nos gustaron sus casas de ladrillo, sus puentes y por supuesto sus canales. Todo adornado por montañas de bicicletas y flores de colores, un paraíso para cualquier amante de la fotografía.

La torre Dom preside toda la ciudad con sus ciento doce metro de altura y sus cincuenta campanas. 

Según leímos, la torre era en realidad, el campanario de la catedral que está al otro lado de la plaza, pero una tormenta destruyó la parte del templo que la mantenía unida y decidieron dejarla así. 

Hicimos infinidad de fotos, compramos un imán para nuestra colección y paseamos sin prisas por su casco histórico hasta la hora de cenar. Tras bastantes intentos fallidos, encontramos una mesa libre en una de las terrazas que había en la orilla del canal principal. 

Aunque teníamos intención de probar cocina típica de la zona, el restaurante resultó ser una pizzería y nos tuvimos que conformar con lo que había.

Se nos hizo de noche mientras volvíamos al coche y la luz naranja de las farolas, aunque estaba en perfecta armonía con el centro de la ciudad, apenas iluminaba las aceras. Salir de la ciudad se convirtió en un pequeño suplicio por el miedo de atropellar a alguno de los muchos ciclistas que se nos cruzaban . 

Afortunadamente, tras un par de rutas equivocadas, encontramos la carretera de salida hacia Amsterdam y unos kilómetros después, nuestro hotel en las afueras de Mijdrecht.