Día 45: Desde BRUJAS (Bélgica) a CHARTRES (Francia)



Al abrir las cortinas de la habitación y ver que caía el diluvio universal sobre las calles de Brujas, decidimos que había que hacer carretera hacia el sur, ya que íbamos con mucho retraso sobre lo previsto. Hacía ya días que nos habíamos pasado de nuestros cálculos y alguna vez había que volver...



Tomamos la autopista en dirección a París y lo único destacable de toda la mañana fue la fuerte presencia militar en la frontera, con controles cada pocos kilómetros.



Estuvimos sopesando la posibilidad de parar en la capital Francesa, pero nuestro tiempo era ya tan ajustado que desechamos la idea ya que París bien vale una visita a parte. Paramos a comer en un centro comercial en las afueras, concretamente en Saint Denis. Por lo que pudimos ver, la zona está poblada en su mayoría por inmigrantes y se palpaba la marginalidad, sobre todo en los edificios cercanos, algunos completamente en ruinas.



El centro comercial estaba en alerta como todo el país y para entrar tuvimos que pasar el mismo control de seguridad que en un aeropuerto, y, aunque entiendes que es por la seguridad de todos, termina dando mal rollo. No nos hizo sentir muy cómodos tampoco el hecho de ser los únicos de piel blanca en todo el restaurante y encima hablando español, lo que nos hacía un tanto exóticos y las miradas de curiosidad eran muy evidentes.



No teníamos muy claro dónde dirigirnos así que al final nos decidimos por el palacio de Versailles

La verdad es que nos encantó y el hecho de que justo ese día fuese gratuito nos vino de perlas. Después de toda la mañana metidos en el coche, fue un gusto pasear por los fastuosos jardines y contemplar las maravillosas fuentes del palacio. 

En el lago central, una gran cascada artificial lanzaba el agua desde gran altura y provocaba un estruendo tal, que Manuel no se atrevió a pasar cerca de ella. 

No pudimos visitar el interior porque era tarde, pero estamos seguros de que algún día volveremos a completar la visita.



Para dormir elegimos la ciudad de Chartres, ya que en anteriores viajes a Francia nos habían quedado ganas de ver su catedral; podemos asegurar que fue una de las grandes decisiones del viaje

El lugar es impresionante desde antes de llegar: a medida que avanzas por la carretera, lo único que divisas es la imponente silueta de la catedral como si estuviese ella sola en mitad del campo. 

Ya cuando estás más cerca ves los edificios construidos a los pies de la una especie de colina donde está erigida la catedral. Pero esa ilusión óptica pasa totalmente desapercibida cuando caminas por las calles de la ciudad. 


Dejamos las maletas en el hotel y salimos a buscar un lugar para cenar, pero antes, una persona en recepción nos insistió en que no nos perdiéramos la Chartres en lumière, que según leímos en internet, era un espectáculo de luz proyectado sobre los edificios más emblemáticos de la ciudad. Tampoco lo dimos más importancia, hasta que cenando en una terraza junto a la catedral, los muros se empezaron a teñir de colores y nos quedamos boquiabiertos. 



Es difícil describir con palabras la sensación de pasear por las diferentes zonas de la ciudad contemplando el espectáculo, pero basta decir, que sólo poder vivirlo, bien vale un viaje hasta Chartres.

Nos fuimos a dormir, entre el agotamiento y la emoción, pensando que a veces las decisiones más casuales te llevan a sitios que ni imaginas.