Día 43: Desde MIJDRECHT (Holanda) a AMBERES (Bélgica)


274 kilómetros VER RUTA

Esa mañana madrugamos más de lo habitual porque habíamos planeado una ambiciosa ruta con muchas paradas en el camino.


La primera de todas, el pequeño pueblo de Zaanse Schans, al que llegamos en media hora rodeando Amsterdam. 

El lugar es una encantadora aldea compuesta de casas de madera de color verde conectadas por infinidad de senderos y pequeños puentes sobre los canales; pero si por algo es famosa, es por sus impresionantes molinos de viento. A pesar de ser un lugar muy turístico, a nosotros nos pareció una visita obligada y disfrutamos mucho paseando por sus calles.

Ya de vuelta, volvimos a pasar cerca de Amsterdam y pensamos en parar, pero íbamos mal de tiempo y preferimos dejarla para una futura visita que verla mal y con prisas.

Nuestro siguiente destino fue el Castillo de Haar, cerca de Utrech. No recordamos el precio de la entrada, seguro que era caro, pero realmente merece la pena; puedes pasear por sus jardines y hacer un pícnic o, como nosotros, simplemente admirar su belleza desde varios puntos de vista y lanzar fotografías sin parar.

De todos los castillos o palacios que hemos visto, (y ya son unos cuantos), quizá este y el de Chambord en el Loira francés sean, para nosotros, los más fotogénicos.

Comimos unos sándwiches en una terraza junto al foso y tras volver a admirar ensimismados sus pulcros muros de ladrillo nos despedimos del lugar henchidos de belleza.

A pocos kilómetros de allí, justo al pie de la carretera, encontramos una curiosa granja con una especie de cafetería  donde los dueños vendían directamente los productos que  producían. Compramos unas deliciosas fresas y unos cafés y nos sentamos en la terraza a degustarlos.

El tiempo se nos echaba encima y aún nos quedaban muchas cosas que hacer: la siguiente, conocer Gouda, la ciudad de donde proviene el archiconocido queso naranja. Y esa medalla la llevan con orgullo: toda la calle principal está decorada con réplicas de quesos a modo de banderines y muchas de las tiendas se dedican a vender quesos de diferentes sabores y medidas.

Nos hubiese gustado conocer un poco más la ciudad, pero Manuel entró en modo cansancio extremo y sus llantos nos obligaron a volver al coche.

Obviamente, se durmió en cuanto arrancamos el coche, pero el miedo a que se volviera a despertar al cambiarle a la silla nos hizo desechar la idea de reanudar la visita. Aunque Manuel no suele alterar nuestros planes en los viajes, no deja de ser un niño y a veces sus necesidades no casan bien con nuestros deseos...

Durmió plácidamente hasta que le despertamos al llegar a la siguiente parada: Los Molinos de Kinderdijk. 

Para nosotros fue lo menos destacable del día, quizá fue porque ya estábamos cansados, pero a pesar de ser unos molinos preciosos, la caminata bajo el sol y el difícil acceso a unas vistas decentes de los molinos nos bajaron un poco el ánimo.

Nada que no pudiesen arreglar un buenas cervezas belgas pensamos, así que pusimos rumbo a Amberes, donde llegamos a mitad de tarde. El hotel, Century Hotel Antwerpen Centrum, aunque tenía unas habitaciones minúsculas, estaba bien, situado justo al lado de la estación de tren y cerca del centro de la ciudad.

Amberes nos pareció un lugar precioso, con mucha menos fama que Brujas o Gante, pero para nuestro gusto, al menos igual de recomendable. Visitamos su centro histórico rápidamente mientras anochecía y tuvimos la suerte de escuchar cómo tocaban algunas canciones de Disney con las campanas de la catedral, un espectáculo increíble. (Pincha aquí para ver el video)



Cuando se hizo de noche e iluminaron las fachadas de la Grote Markt y de la inmensa torre de la catedral, la estampa nos pareció aún más bonita.

De vuelta al hotel, entramos en el impresionante edificio de la estación y recorrimos con parsimonia sus pasillos de techos inalcanzables más propios de un museo que de una estación de tren.



Mientras caminábamos, fuimos comentando el intenso día vivido y a la vez, planificando ya el día siguiente.