Día 48 (último día): Desde TOULOUSSE (Francia) a PALENCIA (España)

675 kilómetros. VER RUTA.


La mañana amaneció espectacular y decidimos que pasaríamos el último día en la playa, algo asi como la última fiesta del verano. Teníamos prisa por llegar así que tomamos la autopista en dirección a España y después hacia el norte hasta que llegamos a la playa de Ondres, al sur de la región de las Landas.

Pasamos el día jugando con las olas y con la arena, recordando batallitas del viaje y bebiendo las últimas cervezas. Se nos mezclaba la pena del fin con la alegría de volver a casa y ver a la familia y nuestro querido Rocco. 

Habían sido 48 días maravillosos, intensos; habíamos llegado más lejos de lo que pensábamos y habíamos contemplado lugares que ni habíamos soñado visitar. Tantas cosas que nos propusimos acabar el blog poco a poco, aunque nos costase un año o dos y así tenerlo para siempre como un recuerdo escrito.

Teníamos aún muchas horas de carretera por delante, así que cuando convencimos a Manuel de que había irse, pusimos casa en el GPS y ya no hicimos ninguna parada hasta que llegamos. 


Era de noche y la ciudad estaba semidesierta. Entramos en casa despacio, como con miedo a encontrarnos otro lugar, pero todo estaba tal cual lo habíamos dejado. 

En el momento en que la puerta se cerró tras nosotros, ya sabíamos que aunque este viaje se había terminado, nos iba a acompañar para toda la vida. 

Día 47: Desde SARLANDE (Francia) a TOULOUSE (Francia)

270 Kilómetros. VER RUTA.

El objetivo del día era visitar algunos de los pueblos más bonitos de la zona de Dordogne Perigueux mientras proseguíamos nuestro viaje hacia el sur. Conocíamos algunos lugares de aventuras anteriores, pero es una zona repleta de encantos.

La primera parada fue el castillo de Hauterfort que se yergue imponente sobre una colina desde donde domina todo el valle. Sabíamos que en su interior guarda unos jardines magníficos, pero no teníamos tiempo, así que simplemente los visitamos por sus muros exteriores y continuamos la marcha.

Cuando conduces por aquella zona tienes que ir con los ojos bien abiertos porque cada poco tiempo aparece entre la espesura un castillo, un palacio o un pueblecito encaramado a unas rocas.

Una horda de turistas andando por la carretera nos anunciaron que habíamos llegado a Beynat-et-Cazenac, uno de los lugares más famosos de la región. No es buena idea visitar esta zona en pleno verano, son pueblos pequeños de calles estrechas y con muy pocos aparcamientos.

Nosotros tuvimos que desistir tras varios intentos y Noe se bajó del coche a hacer alguna foto mientras Manuel y yo esperábamos en doble fila.

Justo nada más salir del pueblo, encontramos un restaurante con unas vistas increíbles del castillo y nos quitamos la decepción con una maravillosa comida. Porque además de ser famosa por sus pueblos, la zona es un auténtico paraíso gastronómico.

Reemprendimos la marcha hacia La Roque-Gageac situado a pocos kilómetros de allí, pero si por la mañana nos pareció que había muchos turistas, por la tarde parecía un parque temático. Además cientos de piragüistas se amontonaban en el río y no pudimos siquiera llegar a pararnos.

Kilómetros más adelante, encontramos un parking con plazas, pero con el calor que hacía y la gente que lo inundaba todo, no nos pareció buena idea despertar a Manuel de la siesta. Tenemos pendiente hacer un viaje a conocer en profundidad toda la región porque lo poco que hemos podido ver, nos ha encantado.

Supongo que todos aquellos turistas tenían hotel para aquella noche, pero nosotros no y nos fue imposible encontrar una habitación a un precio razonable por allí, así que optamos por tomar la autopista y dirigirnos a Toulouse.

Antes de ir al hotel paramos en la playa del Lac Rameé, que tiene una playa pública, (de pago), donde Manuel se lo paso en grande. Apenas había pasado un mes desde el terrible atentado de Niza y nos encontramos con unas medidas de seguridad increíbles para ser una zona de baño, pero Francia estaba en estado de alarma y eso se notaba en casi todos los lugares.

Llegamos al hotel, situado al norte junto al aeropuerto y rápidamente bajamos a probar la piscina antes de que nos la cerraran.

Después tocó conocer un poco la ciudad y aunque no la teníamos como parada fija en nuestros planes, nos encantó, sobre todo a Noe que no paró de hacer fotografías ni mientras cenábamos en su magnífica plaza del capitolio. Estuvimos paseando por sus calles durante un buen rato, no en vano era la última noche de la aventura.

Día 46: Desde CHARTRES (Francia) a SARLANDE (Francia)

392 Kilómetros. VER RUTA

Como la noche anterior trasnochamos con la emoción de la Chartres en Lumières, nos costó levantarnos más de lo habitual y hasta pasadas las once de la mañana no salimos del hotel.

En anteriores viajes por Francia nos habíamos quedado con las ganas de visitar el interior de alguna de sus fascinantes catedrales góticas y estando en Chartres, no podíamos perder la oportunidad de contemplar sus famosas vidrieras.

La visita fue rápida, pero muy gratificante y encima gratis, lo que en nuestro caso, con un niño de tres años que nunca sabes cuánto tiempo va a aguantar las actividades culturales, es muy importante. 

Las vidrieras son realmente espectaculares, estuvimos fotografiando y admirando sus infinitos detalles sin prisas, degustando la tranquilidad que se respiraba en el templo.

Cuando nos decidimos a volver al coche y ponernos en ruta ya íbamos con mucho retraso sobre nuestro plan, así que el resto del día nos tocaría mucha carretera y pocas paradas.

Pusimos rumbo al sur y bordeamos Orleans, que ya conocíamos de nuestro anterior viaje a los castillos del Loira. Cuando llegó la hora de comer, paramos en el Château La Ferte Saint-Aubin, un castillo poco conocido de la zona. Había que pagar y como íbamos ya sin tiempo, dimos un paseo por los alrededores y proseguimos el camino.

Era un día caluroso y Manuel se había portado estupendamente los días anteriores, por lo que decidimos premiarle con un día de playa. En la zona de la Dordogna hay multitud de piscinas naturales y playas fluviales perfectamente equipadas, así que no fue complicado encontrar una en nuestra ruta. 

Tal y como anunciaban en internet el lugar contaba con baños, parque infantil, chiringuito y arena fina formando una playa en la orilla del río.
Pasamos el resto de la tarde refrescándonos y jugando a hacer castillos de arena como el resto de familias que llenaban el recinto.

Llegamos a la casa rural que habíamos reservado un poco antes de que anocheciera; las carreteras habían ido empeorando progresivamente y para llegar hasta allí, íbamos rezando para no encontrarnos con ningún vehículo de frente ya que la calzada-camino tenía el ancho justo para un coche. 

La casa estaba situada en una pequeña aldea rodeada de campos agrícolas y funcionaba además como bar de los lugareños. Nos ofrecieron la posibilidad de cenar en la preciosa terraza que tenían en la parte trasera y nos pareció una idea estupenda. Mientras nos servían, el atardecer nos dejó una estampa preciosa; hasta en los lugares más recónditos y olvidados, la belleza puede sorprenderte.


Manuel encontró un compañero de juegos en el hijo de los dueños y disfrutamos de una sobremesa larga y un poco melancólica: el viaje se acababa.

Día 45: Desde BRUJAS (Bélgica) a CHARTRES (Francia)



Al abrir las cortinas de la habitación y ver que caía el diluvio universal sobre las calles de Brujas, decidimos que había que hacer carretera hacia el sur, ya que íbamos con mucho retraso sobre lo previsto. Hacía ya días que nos habíamos pasado de nuestros cálculos y alguna vez había que volver...



Tomamos la autopista en dirección a París y lo único destacable de toda la mañana fue la fuerte presencia militar en la frontera, con controles cada pocos kilómetros.



Estuvimos sopesando la posibilidad de parar en la capital Francesa, pero nuestro tiempo era ya tan ajustado que desechamos la idea ya que París bien vale una visita a parte. Paramos a comer en un centro comercial en las afueras, concretamente en Saint Denis. Por lo que pudimos ver, la zona está poblada en su mayoría por inmigrantes y se palpaba la marginalidad, sobre todo en los edificios cercanos, algunos completamente en ruinas.



El centro comercial estaba en alerta como todo el país y para entrar tuvimos que pasar el mismo control de seguridad que en un aeropuerto, y, aunque entiendes que es por la seguridad de todos, termina dando mal rollo. No nos hizo sentir muy cómodos tampoco el hecho de ser los únicos de piel blanca en todo el restaurante y encima hablando español, lo que nos hacía un tanto exóticos y las miradas de curiosidad eran muy evidentes.



No teníamos muy claro dónde dirigirnos así que al final nos decidimos por el palacio de Versailles

La verdad es que nos encantó y el hecho de que justo ese día fuese gratuito nos vino de perlas. Después de toda la mañana metidos en el coche, fue un gusto pasear por los fastuosos jardines y contemplar las maravillosas fuentes del palacio. 

En el lago central, una gran cascada artificial lanzaba el agua desde gran altura y provocaba un estruendo tal, que Manuel no se atrevió a pasar cerca de ella. 

No pudimos visitar el interior porque era tarde, pero estamos seguros de que algún día volveremos a completar la visita.



Para dormir elegimos la ciudad de Chartres, ya que en anteriores viajes a Francia nos habían quedado ganas de ver su catedral; podemos asegurar que fue una de las grandes decisiones del viaje

El lugar es impresionante desde antes de llegar: a medida que avanzas por la carretera, lo único que divisas es la imponente silueta de la catedral como si estuviese ella sola en mitad del campo. 

Ya cuando estás más cerca ves los edificios construidos a los pies de la una especie de colina donde está erigida la catedral. Pero esa ilusión óptica pasa totalmente desapercibida cuando caminas por las calles de la ciudad. 


Dejamos las maletas en el hotel y salimos a buscar un lugar para cenar, pero antes, una persona en recepción nos insistió en que no nos perdiéramos la Chartres en lumière, que según leímos en internet, era un espectáculo de luz proyectado sobre los edificios más emblemáticos de la ciudad. Tampoco lo dimos más importancia, hasta que cenando en una terraza junto a la catedral, los muros se empezaron a teñir de colores y nos quedamos boquiabiertos. 



Es difícil describir con palabras la sensación de pasear por las diferentes zonas de la ciudad contemplando el espectáculo, pero basta decir, que sólo poder vivirlo, bien vale un viaje hasta Chartres.

Nos fuimos a dormir, entre el agotamiento y la emoción, pensando que a veces las decisiones más casuales te llevan a sitios que ni imaginas.