Despertar en mitad de los Alpes y contemplar la fuerza con la que un río desciende aquellas montañas fue una gran manera de empezar el día. Además, en el hotel nos sirvieron un gran desayuno austriaco así que con energías renovadas, emprendimos nuestro viaje hacia Salzburgo. El día era soleado y cuando llegamos a la ciudad de Mozart, apretaba el calor a pesar de ser poco más de las 11 de la mañana. No suele ser fácil hacer una visita express a una ciudad con un niño, y si el calor es agobiante resulta una tarea casi imposible. Pero había que intentarlo, sentamos a Manuel en la silla y nos dirigimos a la zona monumental buscando las sombras de los árboles que pueblan la orilla del río.
No teníamos mucho tiempo, así que nos limitamos a recorrer sus calles más emblemáticas, visitar la catedral (nos encantó) y volvernos al coche sorteando la infinidad de obras que había en la ciudad.
Como siempre, nos pareció que el lugar merecía más tiempo, pero entre el calor y la dificultad de manejar la silla en una ciudad en obras decidimos que era mejor avanzar para poder llegar a nuestro destino antes de que se hiciese de noche.
No teníamos mucho tiempo, así que nos limitamos a recorrer sus calles más emblemáticas, visitar la catedral (nos encantó) y volvernos al coche sorteando la infinidad de obras que había en la ciudad.
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CATEDRAL SALZBURGO |
Como siempre, nos pareció que el lugar merecía más tiempo, pero entre el calor y la dificultad de manejar la silla en una ciudad en obras decidimos que era mejor avanzar para poder llegar a nuestro destino antes de que se hiciese de noche.
Salimos de Salzburgo por la autopista en dirección norte, hacia la frontera con la República Checa. Entonces no lo sabíamos, pero fue la última carretera en buenas condiciones que encontraríamos en mucho tiempo. Nada más entrar en República Checa, nos encontramos con una señal de peligro con la figura de la muerte reflejada en el fondo blanco, no nos dio tiempo a fotografiarla y no vimos más, pero aquello era un aviso de lo que nos esperaba...
Llegamos al hotel mediada la tarde, tras atravesar al menos seis pasos a nivel sin barreras y sin señalizar que nos hicieron la conducción digamos que interesante. Habíamos leído que los checos no eran el alma de la fiesta y el personal de la gasolinera y la dueña del hotel nos confirmaron que no era una leyenda urbana. No fueron desagradables en ningún momento, pero nos quedamos con la sensación de que les debíamos algo...
Dejamos las maletas y fuimos a cenar al pueblo de al lado: Český Krumlov . Resultó ser un lugar encantador, con un casco histórico bien conservado y con multitud de rincones para ser fotografiados. Se nos hizo de noche mientras cenábamos, así que antes de volvernos al hotel, subimos al mirador que hay en lo alto del pueblo para lanzar las últimas fotos .