No era nuestra intención en este viaje visitar ciudades grandes, ya que al ir con coche, nos interesaba más acercarnos a lugares remotos a los que no es fácil acceder en avión. Pero llegados a esta región de Europa, decidimos visitar algunas que nos pillaban de paso ya que los precios del alojamiento eran razonables.
Nuestra siguiente parada era Praga, así que hacia allí nos encaminamos nada más levantarnos. Menos mal que lo hicimos con tiempo, porque a mitad de camino, un accidente bloqueó la carretera y cortaron todo el tráfico. Tras media hora de espera y viendo que muchos checos daban la vuelta, decidimos seguirlos por carreteras secundarias hasta salvar la zona del accidente y así conseguimos llegar a Praga a la hora de comer.
La ciudad era tan hermosa como habíamos leído e imaginado, o quizá más. Cada rincón de su casco antiguo merece ser recorrido con tiempo y cada taberna también merece una cerveza. Con nuestra apretada agenda sólo pudimos hacer un poco de casi nada y aún así, estiramos las horas para que nos diera tiempo a recorrer las zonas más famosas.
En la plaza de la ciudad vieja, nosotros contemplamos admirados el reloj astronómico y Manuel disfrutó de las increíbles pompas de jabón de un artista callejero; después bajamos hacia el río y cruzamos por el Karlův most para dirigirnos al castillo.
Subir la cuesta con Manuel en la silla nos obligó a parar en varios puntos de avituallamiento y probar los deliciosos y típicos trdelniks.
Las vistas desde arriba merecieron la pena y desde allí comprobamos que nos quedaba una infinidad de lugares por ver y apenas teníamos tiempo, así que antes de volver al hotel, ya casi sin fuerzas, nos acercamos a ver la Casa Danzante.
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VISTAS DESDE EL CASTILLO |
Y tras eso, con la lengua fuera y los pies molidos, decidimos que nuestra visita a Praga había concluido por esta vez y la apuntamos en nuestra libreta de lugares donde volver.